martes, 10 de septiembre de 2013

Ricardo José Vivas Terán con dos amigas


LA VACA MARIPOSA


              Es una mañana linda, preciosa, el rocío parece el sudor de la naturaleza; pero un sudor agradable, frío, refrescante. Estamos saliendo de un verano que no ha tenido compasión de ninguna planta o algún animal, que de la naturaleza consume su alimento. La mañana se presta para que José, pastor del campo, lleve a pastar a sus ovejas, pero junto con ellas no puede olvidar a la vaca Mariposa, una vaca muy mansa.
              Cuando José la ordeña, todos los niños la tocan y beben de su sabrosa leche, no falta nunca el que diga:
               - Dame otro poquito, porfa José.
               La vaca Mariposa es la más querida por Doña Trina, y no es por su gran producción de leche, ya que sus vendedores le echaron el cuento de que 13 litros daba, y es que no da ni 2 ½ litros.
              Cuando la vaca Mariposa, llevada por José a pastar, alzó su cornuda cabeza, sus ojos brillaron al ver pastos preciosos, verdes, jugosos, ricos.
              Cuando se disponía a ir hacia aquel supuesto paraíso, una voz la detuvo:
               “Vaca Mariposa, por favor detente”.
               La voz se repetía constantemente. La vaca Mariposa desconcertada miraba hacia lado y lado, y vio un lote de pasto seco que era quien la llamaba:
                “Vaca Mariposa, por favor, te lo pido” - dijo el pasto seco- “cómeme a mi primero, que no quiero morir por el filo de un charapo”.
                La vaca Mariposa resignada asintió. Cuando estaba a punto de terminar e irse a aquel pasto que le provocaba, sintió la cuerda de su bozal que le tiraba, era José el pastor que se la llevaba.
                Así pues, ese día, la vaca Mariposa, por complacer al hermano pasto seco, no comió pasto verde.
                Cuando la vaca Mariposa, ya no salga a pasear, ni a pastar y agua de los ojos de sus dueños la lloren, ella despertará en un potrero inmenso donde no habrá bozales, ni cercas, ni pasto seco, habrá ganado por siempre el pasto verde.
                Nuestra vida debe ser una vida feliz, debemos ayudar a nuestros hermanos, en todo lo que esté a nuestro alcance. Debemos comer pasto seco y no como el de la vaca Mariposa, sino todas las mortificaciones que acechen nuestra vida, porque así sabremos que tendremos muchísimos pasto verde, en un gran potrero, un potrero que si tiene un pastor y si hay bozales; el pastor es Dios y los bozales son su amor que siempre nos unen a él, como el hijo va a su madre o a su padre. El potrero que nos  aguarda es muy bello, tenemos que ganárnoslo, todos los días, con sacrificios, amor y comprensión hacia otros, porque ese potrero es el Paraíso.
Ricardo Vivas Terán
Cristóbal, 18 -05 - 88.

TORNADO

             Era alegre, libre, juguetón, bello, hábil, cuando lo vi por primera vez me dije: Ojalá fuese mío. Tornado era el más bello potro de la hacienda “La Sanjuana”, ¿Qué había pasado con él?, acaso su alma libre lo volvió salvaje y se fue, ¿o una mano mala, sucia, dañina ¿había limitado su libertad?, ¿o había muerto por los caminos de Dios?
             Jesús dice haberlo visto callejuela abajo, cojeando, la verdad era que una cascabel lo mordió, se oyó relinchando, Tornado corría callejuela abajo dejando estelas de sangre, después un señor que hacía caridades y sus manos y pies estaban huecos por amor al prójimo, sano sus heridas, era, Jesús el Cristo que se había conmovido al ver la belleza salvaje del potro, su sangre calmó, sanando al instante las heridas.
              Tornado estaba en un potrero desconocido sin fin, podía lucir su indómita casta, pero aquel buen hombre se lo impedía y no con bozal o con freno, sino con amor, una mirada bastó para que Tornado supiese que ese era su verdadero dueño, su salvaje lomo aceptó jinete, su jinete era el amor, el cariño, la paz, la libertad. Tornado comía, jugaba. ¡Cómo quería él ese potrero sin fronteras! Había conocido la libertad y la felicidad, pero aquel buen hombre sacó una caja en la que se veían cosas y vio a aquel niño que lo amaba, que lo lloraba. Tornado mandó su amor a una yegua y un potrico tuvo; el niño estaba feliz, pero de su mente no se borraba el recuerdo de Tornado. Su alma es libre y fue a ponerse en el escudo nacional para que siempre amásemos y amemos  la libertad...
Ricardo Vivas Terán
San Cristóbal, Mayo de 1988.


LA VACA COLORADA


             Hace muchos, muchos años, cuando yo en vez de trabajar, jugueteaba por los pasillos y corredores, cuando no había juguetes eléctricos, sino ruedas de caucho con su palito, espaditas de madera, caballitos de palo,  guerreros de fantasía, cocas o perinolas y trompos, mi madre había comprado una vaca que se llamaba “Coloradita”.
              Meses después la vaca Coloradita tuvo una becerrita linda, parecía una piedrita de granzón, le dije a mi madre así:
- Dámela mamita.
               Mi madre grande en amor me la regaló.    
               A la semana le puse el nombre de Colorada, la vaquita más chiquita que yo conocía.
               Cuando íbamos a ordeñar la vaca, y nos tocaba ir callejuela abajo a buscarla, la becerrita parecía mi perrito, siempre detrás de mí, ordeñábamos la vaca y yo decía; a casa Colorada y la becerrita echaba callejuela arriba.
               Comía de mi mano, la bañaba, la secaba, la acariciaba, estaba en la casa como un animal doméstico.
               Se podía decir Colorada la perrita de la casa.
               Una vez unos ladrones se iban a meter a la casa y Colorada mugió, mi padre se aferró a su escopeta y disparó, no volvieron a aparecer ladrones por la casa nunca más.
               Yo crecía y mi vaquita también crecía y entre más crecía, más la quería.
               Así fue mi infancia, llena de alegrías, con el sabor en la boca de la comida del campo, con el olor de la flor del campo, con juegos divertidos, emociones, carreras de caballos de palo, peleas de guerreros romanos, con mi madre que me enseñaba el catecismo, y me corregía cuando era malcriado, con el contacto con los animales, con la escuela del pueblo, con mis amigos, con mis maestros, con el afán de subirme a los árboles, con la preocupación de la madre cuando un bicho me picaba.
               Pero llegó el día, en que del campo me tuve que ir y a París a estudiar me tuve que marchar, a hacer nuevos amigos, conocer nueva gente, otro idioma, viaje y viaje, de París a Madrid, de Madrid a Londres, de allí para allá y así, viajaba y me acordaba de mi sombrerito, mi espada y mi caballo de palo, recordaba y me reía.
              Cuando regresé a Venezuela, no fue al Táchira donde me mandaron, que era mi tierra de niño, sino a Caracas, no volví por muchos años a respirar el aire fresco, sólo smog; no había caballos, ni carretas, sólo carros, y autobuses que infectaban el ambiente con su negro humo, viví en Caracas dos años, trabajé, me hice un hombre, allá en Caracas me casé.
               Fue entonces, cuando tenía dos hijos, que volví a Lobatera, junto conmigo venían mi esposa, mis hijos y mis padres, comimos, dormimos, me paré temprano para ir a ordeñar, mi corazón latía de emoción, a mi mente venían recuerdos de niño y un antojo de subirme a un árbol invadió mi cuerpo, callejuela abajo vamos a ordeñar, de repente el correr de una res perturbó el silencio, un mugir desesperado se oía, también se oyó tumbar un falso, romper una cuerda. Una vaca Colorada se abalanzaba sobre nosotros. Mi esposa chilló, mis hijos buscaron refugio en mis brazos, mientras tanto mis padres con tranquilidad veían la escena, la vaca Colorada me lamía y me acariciaba con su cornuda cabeza, afloje a mis hijos y me puse a acariciarla, en ese momento vino a mi mente el recuerdo de Coloradita, mi becerrita, yo la acariciaba y ella contestaba mis caricias.
             Entonces descubrí mi vocación: el campo. Ya ni todos los postgrados que yo había hecho me servían para nada, ni mis viajes a Europa.
             Yo había olvidado pero Colorada no. El hombre olvida con rapidez sus raíces, el animal siempre es fiel, y espera el regreso de su amo.
              Hoy vivo feliz, la vaca Colorada ya es abuela, y mis hijos juegan por los pasillos y ríen como yo reía hace veinte años. Mis hijos olvidaron sus comodidades y prefieren mi espada de madera, mi sombrero de paja y mi caballito de palo.
FIN
Ricardo Vivas Terán

San Cristóbal, Mayo de 1988.

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